Para poder manifestar necesitamos imaginar primero. Pocas historias son tan extravagantes y dramáticas como la nuestra. El humano es solamente una especie entre otras, no tiene privilegios. Su distinción es la de una vida entrañada de significado, historia y egocentrismo; busca sentido en todas partes.
Esa comprensión viene de nuestra habilidad para recrear, rememorar y simular. Poseemos un espacio que no existe pero que nos permite viajar en el tiempo, analizar detalles e idear problemas: la memoria. Descubrimos el mundo bajo nuestras fuertes determinaciones biológicas y nada más.
Manifestar es hacer aparecer algo. Dada nuestra conciencia y existencia en el lenguaje, tenemos la habilidad de darle nombre a todo. Los rituales, lo sagrado y la religión vienen de ahí. Entonces, ¿qué ocurrió con la naturaleza? ¿por qué nos hemos separado de ella a pesar de todo lo que hemos logrado?
En ese preciso lugar es en donde el nómada aparece y en donde nuestra imaginación tiene que tomar el control. Hagamos aparecer, con nuestra historia, la importancia que hubo entre los grupos sociales en movimiento y los grupos sociales que decidieron sentar cabeza en un lugar determinado. ¿Será que el nómada posee una relación intrínseca con la naturaleza dada su condición aventurera? Eso es lo que queremos manifestar en las siguientes líneas.
Breve historia del homínido
Hay que situarnos en un mundo que no se parece en nada al presente. La naturaleza es cruel y domina por sobre todo. El humano es víctima de su juicio. Se esconde de las inclemencias del clima, huye de los depredadores, caza y recolecta lo que puede para sobrevivir. Éstos primeros humanos son uno con la naturaleza, no la cuestionan, viven de y con ella.
También se mueven de manera constante, siempre en busca de algo más. La gasolina de su mente es el instinto y éste mismo no les permite aminorar la marcha. No sientan cabeza. Ese comportamiento logró poblar a todo el mundo con su especie.
Eran nómadas. Salieron de África y llegaron a todos los rincones del globo. Ahí comienza también el siguiente paso de nuestra evolución. La sociabilidad generó al lenguaje y con ello la expresión subjetiva que observamos en las pinturas rupestres. El movimiento constante, la aventura y necesidad de la voluntad para brincar obstáculos se modificó. Aquello ya no era imperante y por ello comenzó a perder su practicidad.
Llegó el sedentario
No era suficiente cazar y recolectar para sobrevivir, es peligroso en términos de adaptación. El problema es que la recompensa suele ser pequeña en relación al esfuerzo. Somos una especie sumamente creativa. Hicimos instrumentos que se volvieron extensiones de nuestro cuerpo.
Dejamos de hablar de manera oral y empezamos a comunicarnos con símbolos. La escritura emerge y con ella un nuevo entramado dentro de nuestro cerebro. Empezamos a concebir el mundo de otra manera, nos enseñamos a usar un instrumento para escribir y otro para labrar la tierra. Aquí la recompensa es mayor, el esfuerzo comienza a tener su justa recompensa.
El uso de herramientas para expresar ideas fuera de la mente (la escritura) y aquellas que hacen más eficientes diversos procesos, modificaron la percepción de la realidad. Nuestro cerebro cambió. Aprendimos a modificar la tierra a nuestro antojo.
Pusimos entre paréntesis nuestro instinto nómada. La agricultura y la domesticación del ganado pavimentaron el camino hacía sociedades más complejas. El sedentarismo se volvió la norma, el avance técnico continuó con un progreso constante. Sin embargo, ese progreso no es positivo todo el tiempo, dado que tiene el poder de gestar monstruos terroríficos.
El otro y el nómada
Los años transcurrieron, apareció la cultura y la religión. El conocimiento se tradujo en la formación de las generaciones venideras. Es un punto de quiebre, de separación. La conexión natural de los primeros homínidos se perdió con el olvido de la actitud nómada. Dejó de haber una presión evolutiva por innovar.
Nos olvidamos del origen. La comodidad trajo consigo un ego rotundo por encima de todo lo vivo. Nosotros, los humanos, entendimos cómo aplicar las leyes naturales pero los demás organismos no. Pensamos que ellos, los otros, las plantas y animales, organismos simples e incluso bacterias, eran ignorantes. Aunque, sin duda, parece que es a la inversa.
Lo desconocido es inferior, es extraño, extranjero, otro. La “otredad” nos asusta dado que no posee características con las que podamos identificarnos. No hay identidad. Volvimos a la naturaleza un extraño a pesar de que venimos y vivimos en ella. Nuestro ego nos hizo olvidar. Al extraño se le trata con violencia. El lugar del nómada quedó relegado entonces a esos seres que caminan en el límite, sin una identidad estática, cruzando fronteras, evadiendo la comodidad por el sentido de la innovación prohibida.
Los extraños, extranjeros, viajeros…
El concepto de nómada tomó una connotación asociada con el movimiento constante, lo cual se traducía en inestabilidad. Los inmigrantes y tribus sin tierra, los viajeros y aventureros, ellos son los nuevos nómadas. Bajo esa línea, la naturaleza se encuentra en ese mismo dominio.
Entonces, ¿la actitud nómada se encuentra más cerca de la naturaleza? ¿Una comunicación instintiva con lo natural tiene que ver con el movimiento constante? ¿Acaso la naturaleza no es un conjunto de fuerzas que no cesan de accionarse? ¿Habrá que aprender a ser viajeros de nuevo para volver a conectarnos con nuestro origen?
El nómada es excluido por su falta de territorio, su libertad desequilibra la estabilidad de la posesión sobre un lugar. Pero ellos no tienen ese ego. Ellos entienden la voluntad que se requiere para sobrevivir, mantienen un contacto asombroso con la naturaleza. Recuerdan su origen y lo aceptan. Los primeros homínidos eran iguales.
NOMAD
Recordamos para entender y vivir en el presente con aras de caminar hacia el futuro. Ese es el manifiesto. NOMAD propone un regreso a nuestros orígenes por medio de la aventura, del movimiento, de la anulación de la comodidad para continuar innovando y marchar hacia adelante.
El caminante elimina sus miedos al volverse uno con la naturaleza. Hay que ser extraños y aceptar lo otro para poder encontrarnos de nuevo. Declaramos, decimos, escribimos y afirmamos nuestro deseo de despertar en ti el primitivo sentimiento del nómada natural. ¿Lo tienes dentro?